CAMINOS DE ENCARNACIÓN, DESDE UNA PERSPECTIVA BÍBLICA
por Rosario Purilla
A – EL ROSTRO ENCARNADO DE DIOS
A lo largo de la historia
Dios no ha permanecido en silencio, callado, encerrado en sí mismo, Dios por su
naturaleza es relación, comunicación, Dios ha querido hablarnos, decirnos,
expresarnos sus afectos y sentimientos. Ha querido explicar sus proyectos a
través de la historia y especialmente a través de Jesús de Nazaret, el proyecto
de Dios hecho carne. Por experiencia sabemos que Dios no se ha comunicado a
través de conceptos y dogmas, esos los hemos elaborado las personas. Dios se ha
comunicado a través de su Palabra encarnada en la fragilidad de un neonato, del
llanto de un bebito, en los gestos entrañables cercanos de Jesús de Nazaret, en
sus palabras de vida y al mismo tiempo cuestionadoras de sistemas y estructuras
que no favorecían la dignidad de ser humanos. En sus deseos de que todos sean
uno y de que seamos capaces de identificar el Reino ya entre nosotros. Jesús ha
comunicado todo de manera sencilla a la gente sencilla de su entorno, mujeres y
niños, campesinos, trabajadores de a pie lo comprendieron, especialmente quienes
tienen la capacidad de conmoverse hasta las entrañas por la bondad, el amor y la
verdad que se encierra en la vida misma de Jesús y su Reino. Con la habitación
de Dios entre los seres humanos, se acortó toda distancia entre Dios y la
humanidad, para comunicarnos, entrar en comunión con Dios, basta conocer más a
Jesús. Los profetas, los sacerdotes, hablaban mucho de Dios, pero nunca habían
visto su rostro. Sólo Jesús nos ha comunicado cómo es Dios, es a través de Jesús
que nos dejamos atraer por Dios y seducir por Dios, quien se nos revela a través
de Jesús. El rostro encarnado de Dios, Jesús nos hace conocer cómo nos escucha
Dios cuando acudimos a con confianza a él, sabemos cómo nos mira Dios cuando
somos conscientes de habernos equivocado, cómo nos mira Dios, cuando sufrimos,
como nos busca cuando nos perdemos, cómo nos entiende y espera cuando nos
alejamos. En Jesús se nos revela la gracia, ternura, paciencia, bondad y la
conmoción de Dios, cómo se conmueve. Un tema central en el mundo bíblico es el
de la “habitación” de Dios en la historia humana, real y concreta, lo que
llamamos misterio de la encarnación, Dios que se hace humanidad, se hace
miembro, pertenece a la comunidad humana en la historia humana, haciéndose
persona comparte la cotidianidad de la vida de la gente de su tiempo y de todos
los tiempos. La “habitación” de Dios, la encarnación de Dios en la historia
humana alcanza su plenitud festiva en el tiempo litúrgico de navidad, en la que
celebramos al Dios con nosotros, al Emmanuel. Sin embargo, la encarnación del
hijo de Dios se va gestando cada día, así como lo experimentó María de Nazaret
en su vientre y celebró el día que pudo ver el rostro de su niño recién nacido,
escuchar su llanto y tener entre sus brazos la grandeza fragilidad de Dios que
quiso hacerse pequeño. Este niñito que más adelante es identificado como Jesús
de Nazaret, hijo de María y de José el carpintero, es el mismo que pasó haciendo
el bien: curando, consolando, alimentando, devolviendo esperanza, devolviendo
dignidad, devolviendo vida, enseñándonos a nosotros a encarnar a Dios en nuestra
propia cotidianidad histórica. Ayer hemos celebrado el domingo de la alegría,
pero, ¿cómo vivir la alegría en un contexto en el que la mayor parte de
situaciones, y noticias están teñidas de miedo, enfermedad y muerte? Pareciera
que la incertidumbre, la desconfianza y el sufrimiento han tenido mayor
presencia entre nosotros con la pandemia. Cómo lidiar con nuestros contextos que
chocan frontalmente entre la alegría por la proximidad de la navidad y las
realidades que vemos en la mayor parte de la gente que se va quedando sin
trabajo, sin ingresos, sin posibilidades? El evangelista Juan en 1,14 nos dice:
«La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» Es en esta realidad
humana, dolorosa de hoy que Dios quiere encarnarse una vez más, quiere seguir
poniendo su habitación, su morada, su tienda, su casa, entre nosotras, nosotros.
Los textos bíblicos del tercer domingo de adviento nos han recordado e invitado
a celebrar la alegría por la cercana venida de Jesús. Celebrar y alegrarnos en
el contexto en el que nos encontramos puede resultarnos una invitación irónica,
pues vivimos en momentos en los que sobran motivos para estar preocupados,
aunque se van abriendo poco a poco diversos espacios sociales, el anuncio de la
segunda ola de contagios toca ya nuestras puertas. Me gustaría invitarles a que
podamos retomar algunos pasajes de los textos bíblicos de ayer y que sea la
Palabra de Dios misma quien nos conduzca por estos estos caminos de encarnación:
B- “PREGONAR LA BUENA NOTICIA A LOS POBRES, ACCION DEL ESPÍRITU”
El primer texto
que encontramos es del profeta Is. 61,1-2a.10-11 «El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia
a los pobres, para vendar los corazones rotos, para proclamar a los cautivos la
liberación, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del
Señor» El profeta Isaías, profeta de la esperanza, nos ofrece elementos
importantes para alimentar y ahondar en el sentido de la fe que sostiene nuestra
esperanza y alegría. Lo primero que escuchamos es la afirmación de que el
Espíritu del Señor está con el profeta, sobre él en su vida, en su experiencia,
en su ser. Isaías mismo nos da el porqué de esa afirmación: porque se siente
ungido y enviado. La unción y el envío del profeta lo colocan en relación a
otras personas, lo convierten en medio a través del cual el Señor llega a
realidades de sufrimiento, dolor, esclavitud y muerte. Es enviado a dar una
Buena Noticia, a pregonar un gran anuncio de vida y liberación a quienes se
encuentran en situación de esclavitud, a quienes siente el corazón desgarrado
por el dolor, ellos y ellas son los destinatarios del anuncio de vida que
sostiene la esperanza de todo aquel que cree y espera en el Señor. Isaías se
reconoce bajo el Espíritu del Señor en cuanto descubre que es capaz de superar
sus propios temores y condicionamientos y trasmitir la buena noticia del Señor.
El texto de Isaías, como sabemos es referente de escenas significativas en la
vida de Jesús de Nazaret, él es la encarnación de la buena noticia de la que
habla Isaías, es luz para todos los pueblos. El Nazareno mismo define su misión,
ha sido enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los
corazones heridos, a pregonar a los cautivos la libertad y anunciar a los
prisioneros la liberación, como nos lo narra el evangelio según Lucas en el cap.
4,16-20. Volvemos con Isaías, ¿Cómo y cuándo se da cuenta Isaías que el Espíritu
del Señor está sobre él? Cuando es consciente de su capacidad de anunciar un
mensaje que genera alegría, vida y esperanza a quienes están sufriendo. Cuando
sabe que más allá de sus propios temores, el Señor lo envía a consolar, a
liberar. Cuando transmite un mensaje capaz de arrancar la vida de en medio de la
muerte. Anunciar alegría y gozo en medio de tanto dolor y llanto. Eso sólo lo
puede generar el Espíritu del Señor en quien es consciente de sí mismo, de su
propia realidad de fragilidad y pequeñez y que así es enviado para anunciar con
la vida y la palabra la buena noticia que es luz en medio de la oscuridad, por
más densa que ésta sea. En este momento de nuestra vida, en este año de
desconcierto, enfermedad y dolor, podemos también nosotros identificar ¿Cuándo
el espíritu del Señor ha estado sobre nosotros? ¿Cuándo hemos sido ungidas –
ungidos, enviadas –enviados y hemos trasmitido con nuestras palabras, gestos
acciones mensajes de vida y esperanza para otros? ¿Cuándo a pesar de nuestros
propios miedos, hemos sido capaces de salir de nosotros mismos para acudir en
ayuda y aliviar el dolor, calmar corazones destrozados por la pérdida de un ser
querido, apaciguar el hambre de otros? Podemos decir que el Espíritu del Señor
está sobre nosotros, sobre muchos miembros de nuestra Iglesia y sobre tantos
otros que se comprometen y alivian, calman, curan, apaciguan tanto desconcierto,
sufrimiento y de esta manera devuelven la esperanza a través de la solidaridad
concreta y real, de que es posible vernos, sentirnos y comportarnos
fraternalmente –sororalmente en nuestra sociedad. ¿En qué situaciones podemos
reconocer el gozo y la alegría que produce el compartir, la solidaridad y la
justicia restaurativa en nuestros pueblos, en nuestros barrios, allí donde nos
encontramos?
C- MANTENER ENCENDIDO EL ESPIRITU
Seguimos el itinerario que nos
marca el texto del apóstol Pablo a los Tesalonicenses, en su primera carta.
Pablo les dice que la voluntad de Dios para ellos es que estén siempre alegres,
que sean constantes en la oración y que sean agradecidos en toda ocasión. De
tres maneras distintas les invita a la fidelidad o permanencia en tres actitudes
fundamentales en la vida de todo creyente: la alegría, la oración y la gratitud.
Pablo advierte algo que nos viene como anillo al dedo en estos tiempos: no
apagar el Espíritu, pero ¿qué significa en estos tiempos apagar el espíritu?
¿cómo podemos apagar el espíritu en nosotros mismos? ¿En nuestra vida qué
situaciones apagan el Espíritu? Pablo invita a los tesalonicenses y hoy a
nosotros, a no despreciar el don de profecía, a examinarlo todo y quedarse con
lo bueno. Podríamos decir que para mantener el Espíritu es necesario permanecer,
en el sentido joanico permanecer, durar, estar constantemente en toda
circunstancia en actitud de alegría, en actitud de oración, es decir en
relación- trato amical con el Señor y actitud de agradecimiento en toda ocasión.
La invitación en realidad es a madurar en la fe, decir madurar en la fe es
justamente permanecer a pesar de todo, a no sucumbir aun cuando todo parece
estar en contra, confiar y esperar contra todo y a pesar de todo. Es creer con
todo nuestro ser y descubrir en medio de la oscuridad la luz de la esperanza, es
mirar con el corazón y descubrir más allá de toda situación de muerte la vida,
más allá de toda oscuridad la luz, y eso genera gozo, alegría y esperanza que se
alberga en el corazón. Lo que coloquialmente decimos, no sólo en las buenas sino
también en las malas, en la salud y enfermedad, y éste año, han sido varias
situaciones en las que ser alegres y agradecidos ha implicado una cuota más de
nosotros mismos, de nuestra fe y compromiso. Agradecidos por la vida, por la
recuperación de otros, por la sonrisa o la mirada alegre de quienes encuentran
motivos para seguir creyendo y confiando en el Dios de la vida. La alegría
libera de miedos, desconfianzas y condicionamientos ante Dios. Dios se nos ha
acercado en la ternura de un niño a quien podemos acoger o rechazar, un niño que
nos sonríe con el corazón sincero, un niño Dios entregado cariñosamente a la
humanidad, un pequeñito que busca nuestra mirada para alegrarnos con su sonrisa.
Jesús niño y adulto, presenta el rostro encarnado de un Dios que se define por
su cercanía alegría cercana, confianza y seguridad. El misterio del amor de Dios
centrado, interesado en la vida digna y saludable de sus creaturas, el amor de
Dios que pone al centro al ser humano. Jesús presenta el rostro de un Dios que
deja de ser misterioso e inalcanzable, atrás queda el dios justiciero,
legislador que se irrita por el pecado, encerrado en la seriedad y en un mundo
inaccesible. Jesús da paso al rostro de un Dios compasivo, que tiene entrañas de
madre y que siente por cada uno de nosotros lo que un padre o madre amoroso
siente en sus entrañas, hacia su hijo-hija. Esa es la buena noticia que va a
proclamar Jesús, la experiencia del amor de Dios Madre –Padre, de sentirnos
verdaderamente hijos, es lo que puede avivar el fuego del espíritu y mantenerlo
encendido.
D- ¿QUIEN ERES TÚ? ¿QUÉ DICES DE TI MISMO?
El evangelista Juan nos
presenta la figura de Juan Bautista como el enviado por Dios, el profeta, que
surge para dar testimonio, para ser testigo de alguien que es luz para todos,
especialmente para quienes están en situaciones de oscuridad y tinieblas. El ser
enviado por Dios no le exime a Juan de ser cuestionado sobre sí mismo, su vida y
misión. Los sacerdotes y levitas son los elegidos para interrogarlo ¿Tú quién
eres? ¿qué dices de ti mismo? es la pregunta sobre su propia identidad, Juan
necesita reconocerse a sí mismo para saber dar razón de su existencia, de su
actuar y de su anuncio. Él sabe que es testigo, que está dando testimonio de
alguien, sabe que ese alguien es la luz. Juan sabe que no es el Mesías, ni
Elías, ni el Profeta. Quienes le preguntan sobre su identidad se sienten
inseguros y confundidos por esta persona, porque no logran identificarlo, no lo
ubican. También nosotros hoy podemos aplicarnos esas preguntas que le hicieron
al bautista. En medio de este contexto particular que responderíamos ante la
interrogante ¿Quién eres tú? ¿qué dices de ti misma/o?, ¿qué afirmamos sobre
nosotras-os mismos? Nosotros también este año hemos experimentado desconcierto y
confusión, y quizá no hemos logrado identificar motivos de esperanza entre tanto
dolor. Este tiempo nos ha exigido valorar muchas de nuestras prácticas en las
relaciones, en las personas, en la salud, en el modo de vivir y expresar la fe.
Le preguntan 3 veces al Bautista y las tres responde categóricamente yo no soy.
Encontramos en el texto tres afirmaciones categóricas sobre la identidad de
Juan: él es testigo, testimonio de la luz, no es él la luz; Es la voz que grita
en el desierto llamando a la conversión, y detrás de él viene uno al que no se
siente indigno de desatarle la correa de la sandalia. El camino de la verdad
desde la certeza de la propia identidad permite reconocer en Juan quien es. Juan
prepara los caminos de encarnación del Señor en su propia identidad. La humildad
como actitud indispensable en quien es testigo permite ser motivo de esperanza
de servicipo y de entrega. Juan Bautista igual Isaías y Pablo nos señalan el
camino por donde pasa la encarnación del hijo de Dios: pasa por una humanidad
sufriente, adolorida, ávida del mensaje de alegría y esperanza, de libertad, una
humanidad necesitada de no extinguir el espíritu y de gente que no renuncie al
don de profecía que suscita el Espíritu. Una humanidad necesitada de mirar más
allá desde el corazón de la fe e identificar la luz en medio de la oscuridad.
Los caminos de encarnación pasan también por una Iglesia de a pie, tu y yo, que
somos iglesia, pero una Iglesia capaz de ser realmente samaritana, profeta,
discípula, misionera que haga visible en gestos sencillos y pequeños de
cercanía, de acogida, de escucha, de consuelo, de aliento la encarnación de Dios
en la historia. Necesitamos ser el rostro de Dios encarnado para tantas mujeres,
niños, varones, jóvenes y ancianos de nuestros barrios, quintas y solares, para
las familias que cada mañana están pensando de qué manera ganarse el pan diario
o como juntar para pagar alquileres, o donde irán a dormir porque ya no podrán
seguir en el mismo cuarto. Los caminos de encarnación de hoy pasan por gestos
sencillos de solidaridad de sentirnos y comportarnos, actuar como verdaderos
hermanos y hermanas de los próximos y lejanos, los caminos de encarnación pasan
por gestos sencillos cotidianos, cargados del don y la gracia, iluminados y
motivados por el Espíritu tienen con la fuerza de transformar el mundo, como lo
hizo el niño pequeño de Belén, que desde su fragilidad y pequeñez es capaz de
transformar la historia. Estamos llamadas y llamados hoy a re editar la historia
en un contexto inédito, a hacer realidad el misterio de la encarnación en el hoy
de nuestra historia. La única historia de la humanidad en este tiempo, está
teñida no sólo de avances y retrocesos, de logros y progresos, sino también de
incertidumbre, desconcierto y miedo. Esta historia de la humanidad es el mismo
escenario histórico en el que como creyentes recreamos el misterio de la
encarnación, la seguimos celebrando y reconociendo. Los caminos de encarnación
nos llevan a descubrir al hermano-a la hermana como lugar teológico de
revelación de la encarnación de Jesús, encontrar a Jesús encarnado y ser
encarnación de Jesús para los demás. CONCLUSIÓN: La encarnación, es una
experiencia honda, profunda y gozosa que los creyentes tenemos que recuperar una
y otra vez desde el corazón. Necesitamos re aprender a descubrir detrás de tanta
superficialidad y sufrimiento, la raíz y el fundamento, quien da origen a
nuestra alegría y esperanza. Hemos de aprender a «celebrar» la Navidad, el
misterio de la encarnación, necesitamos arriesgarnos a abrir el corazón a la
alegría y al amor, a pesar de tener el corazón roto o desgarrado, pues es en ése
corazón herido, que Dios se encarna, hace su morada, es en esa fragilidad humana
que un Dios amigo se ofrece a estar con nosotros. En medio de nuestro diario
vivir se nos invita a la alegría. «No puede haber lugar para la tristeza, cuando
acaba de nacer la vida;» son palabras de uno de los sermones de navidad San León
Magno. Es la misma invitación que nos hacen los textos bíblicos. No se trata de
una alegría superficial porque todo va bien. Se trata de la alegría que solo la
pueden disfrutar quienes se abren a la cercanía de Dios y se dejan atraer por su
ternura. El hecho de que Dios se encarnado, dice mucho más de cómo es Dios que
todas nuestras especulaciones teológicas sobre él. Si supiéramos detenernos en
silencio ante este niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía
y la ternura de Dios, quizá entenderíamos por qué el corazón de un creyente debe
estar impregnado de una alegría diferente estos días de Navidad, al contemplar
la encarnación del hijo de Dios en la humanidad herida de nuestro tiempo.
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